Claves
nº 202 – agosto 2011
Pero más allá de los nombres, insistimos, los países extensos y con mucha población serán los que marquen el compás al resto[2], en tanto garanticen con eficacia a sus habitantes los componentes propios del estado de bienestar (sobre todo educación, salud y seguridad), siempre en la picota cada vez que tiemblan los mercados y amenazados ahora por otra oleada de planes de ajuste, su contrapartida. Dicho esto sin perjuicio de considerar los graves desafíos que individual y colectivamente cada país ya está afrontando, expresados en la tensión medio ambiente–recursos naturales, que Michael T. Klare analizó al detalle y con preocupación[3].
No dejó tema sin tocar en los poco más de treinta minutos en que habló de memoria y sin libreto. Respondió al honor de haber sido el primer presidente norteamericano en hablar en Westminster. Refirió a la relación especial que une al Reino Unido con Estados Unidos y que pasa no tanto por el poder militar y económico sino por los valores democráticos que ambos sostienen. Justificó la intervención en Irak, Afganistán y en Libia, la lucha sin cuartel contra Al Qaeda, al tiempo que reconoció que “La naturaleza de nuestro liderazgo necesitará cambiar con los tiempos políticos”. También hubo alusión a la crisis económica de su país, cuyos éxitos y fracasos del pasado servirán de ejemplo a las economías de los países emergentes.
Ing. Francisco
A. García – In memoriam
El discurso de
Obama en el Parlamento Británico
“Se ha convertido
en una moda el preguntarse si el crecimiento de estos países se acompañará de
un declive de la influencia estadounidense y europea en el mundo. Algunas
veces, con este argumento se dice que estos países representan el futuro y que
nuestro liderazgo se ha acabado. Este argumento es erróneo.” (Barak Obama a
lores y comunes).
Cada
tanto los estados buscan alinearse como los planetas en una determinada órbita
y ese reordenamiento cósmico incluye algunas predicciones cataclísmicas. Aunque
lo realmente temible es, para el caso de la política internacional de estos
años princiseculares (valga el
neologismo), la incomprensión o –peor- la negación de claras señales que advierten
sobre la necesidad de un giro copernicano en el sistema internacional, debido
también a lo que hoy está ocurriendo fronteras adentro de los estados. Como
nunca, las crisis político-sociales nacionales y la incapacidad para
resolverlas están incidiendo en el rediseño de las relaciones internacionales.
Sirva como botón de muestra el comportamiento de la dirigencia norteamericana
en el debate presupuestario, que puso en alerta roja a la economía mundial. A
tal situación de tensión generalizada no se le está dando la importancia que merece,
a estar por las reacciones de los gobiernos jaqueados y de los factores formales
de poder mundial que persisten con recetas de dudosa eficacia[1].
El
mundo que se avecina requiere otro esquema de seguridad mundial, en el cual el
monopolio del uso de la fuerza esté convenientemente equilibrado y controlado
por la comunidad internacional, ya sea actualizando los capítulos VI (“Solución
pacífica de controversias”) y VII (“Acciones en caso de amenazas a la paz,
quebrantamientos de la paz o actos de agresión”) de la Carta de Naciones Unidas,
sea reemplazándolo. Para un nuevo orden internacional más responsable,
solidario y confiable habrá que andar todavía un largo trecho, puesto que implica
un decidido consenso interestatal, improbable en la actualidad.
Pero más allá de los nombres, insistimos, los países extensos y con mucha población serán los que marquen el compás al resto[2], en tanto garanticen con eficacia a sus habitantes los componentes propios del estado de bienestar (sobre todo educación, salud y seguridad), siempre en la picota cada vez que tiemblan los mercados y amenazados ahora por otra oleada de planes de ajuste, su contrapartida. Dicho esto sin perjuicio de considerar los graves desafíos que individual y colectivamente cada país ya está afrontando, expresados en la tensión medio ambiente–recursos naturales, que Michael T. Klare analizó al detalle y con preocupación[3].
Las
señales que referimos emergen en sucesivas ondas de violencia: los
levantamientos populares acontecidos en los países del norte de África,
expandidos al resto del mundo islámico e Israel; el estallido griego, los
indignados de la “República del Sol” y sus réplicas allende España, el
vandalismo en las ciudades inglesas; los estudiantes chilenos y las ocupaciones
de tierra en nuestro país, el avance indetenible de la narcoviolencia; la
amenaza de default norteamericano. Todos esos sucesos, casi incontrolables, son
expresiones de un descontento popular que llevó a las calles a clases medias y,
si bien manifiestan características propias en cada lugar, hay reconocibles denominadores
comunes, en un contexto mundial en que se amplía la brecha entre países ricos y
pobres y los dos tercios de los seres humanos están sumidos en la pobreza
estructural.
Sin
perjuicio de un análisis profundo y transversal a varias ciencias, resulta
ostensible en apretado resumen lo siguiente: 1 la dirigencia política está
paralizada y carece de soluciones, por ende su representatividad está agotada;
2 el uso de las redes sociales suplantó las convocatorias partidistas y
confirmó la globalidad de la rebelión; 3 el capital trasnacional (sobre todo
financiero) no está dispuesto a ceder prerrogativas; 4 los paradigmas del
relativismo cultural y moral no sirven para proponer soluciones acordes a los
tiempos que avecinan; 5 la corrupción, global y sistémica, es una causa
principal de la violencia y de los fracasos sociales. Semejante coctel produjo
la volatilidad institucional que muchos países, incluido el nuestro, están
padeciendo, sin posibilidad de modificar conductas políticas perniciosas en el
corto plazo.
Así
las cosas, el 25 de mayo último, mientras celebrábamos un año más de la gesta
independentista, Barak Obama era recibido en el Parlamento británico con pompas
y circunstancias. En la milenaria ex Abadía (el antiguo Monasterio del Oeste –West Monastery-), transformada desde
mediados del siglo XVI en el célebre Palacio de Westminster y sede
parlamentaria, 724 lores y 646 comunes escucharon el discurso que querían oír.
Exactamente lo que el primer presidente afroamericano quería decir en ese
reciento –“madre de todos los parlamentos”- a sus socios incondicionales de
ayer, de hoy y de siempre.
No dejó tema sin tocar en los poco más de treinta minutos en que habló de memoria y sin libreto. Respondió al honor de haber sido el primer presidente norteamericano en hablar en Westminster. Refirió a la relación especial que une al Reino Unido con Estados Unidos y que pasa no tanto por el poder militar y económico sino por los valores democráticos que ambos sostienen. Justificó la intervención en Irak, Afganistán y en Libia, la lucha sin cuartel contra Al Qaeda, al tiempo que reconoció que “La naturaleza de nuestro liderazgo necesitará cambiar con los tiempos políticos”. También hubo alusión a la crisis económica de su país, cuyos éxitos y fracasos del pasado servirán de ejemplo a las economías de los países emergentes.
Fue
inevitable comparar este discurso urbi et
orbi, con aquel otro famoso que Obama dio ad intra en el Parque Grant de la ciudad de Chicago, a pocas horas
de haber ganado las elecciones en noviembre de 2008. En ambos casos estuvo
implícito el destino manifiesto norteamericano, sin desconocer las dificultades
y desafíos que su gestión habría de afrontar a partir de ese mismo año en que
explotó la burbuja hipotecaria[4].
Desde entonces los Estados Unidos no terminan de acomodar su economía; al
contrario, empeora según se vio este mes. No le será nada fácil a BO obtener su
reelección.
Las
cancillerías habrán analizado el discurso del derecho y del revés, pues se
trata de un elemento de juicio indispensable para imaginar cómo encastrarán las
piezas en el tablero mundial. Pero hay que despojarse de anteojeras ideológicas
(tanto de la izquierda incorregible como las del tea party), para entender que los Estados Unidos, más allá de los
sacudones entre sus dos grandes partidos, están convencidos de lo que hacen
porque sostienen un proyecto nacional desde hace más de un siglo. Cuando se
trata de privilegiar esos intereses estratégicos permanentes, no hay color partidario
que prevalezca. Imaginar a los EUA dispuesto a compartir su papel de primacía
es absurdo. La cuestión es cómo acotarlo y que no interfiera el
multilateralismo, a nuestro juicio, ineludible, en beneficio de la paz y
seguridad internacionales.
Mientras
se desarrollaba la tocante ceremonia, el Big Ben marcaba indiferente las horas,
minutos y segundos. El tiempo huye, jamás se detiene, y la cuestión es saber si
será el mismo para todos los habitantes de este castigado planeta. El cambio de
paradigma epocal se está produciendo y la dirigencia -nativa y foránea- parece
no haberle aún tomado peso. Así nos va.
[1] BM, FMI, OMC, ONU, OTAN, G8: la
lista es larga y no excluye a los actores indeseables (terrorismo, multinacionales delictivas).
[2] Obama mencionó a Brasil, China e
India en ese tramo del discurso consignado en el epígrafe. Abordamos ya este tema
en la nota “Entre el árbol y el bosque”, Claves
n° 129, abril de 2004. Los mencionados, de hecho Estados Unidos mismos, más Indonesia,
Méjico, Rusia, la UE de los 27 y unos pocos más, se están sumando al
privilegiado pelotón. Argentina, una rara
avis, es la octava superficie territorial mundial, pero vacía.
[3] Planeta sediento, recursos menguantes. La nueva geopolítica de la
energía, Ed. Tendencias, Barcelona, 2008, un análisis de la matriz
energética mundial plagada de amenazas antes que de oportunidades.
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