31 de marzo de 2012

Malvinas: ¿dónde estamos parados?

Revista Claves nº 207 Año XXI - Salta - marzo de 2012

La “Cuestión Malvinas” ha estado presente de modo directo o indirecto en varias de estas columnas. En esta ocasión rescato la publicada en el nº 42 de Claves -abril de 1996- bajo el título “La seducción como recurso de política exterior”, en que referíamos los despliegues del ex canciller G. Di Tella para ganar la confianza de los isleños. Entonces, y sin ánimo profético (pues era fácilmente perceptible), advertía que -respecto del conflicto- nuestro país había perdido la iniciativa y que debíamos centrarnos en la problemática de los espacios marítimos. Por esa actitud de boxeador aporreado y a la defensiva, sostuve

            “Si hay un tema que los ingleses conocen definitivamente bien es la problemática del mar, tanto en tiempos de guerra como en la paz, sea en los planos mercantil o científico. El dominio de los océanos y de sus rutas ha sido desde antiguo fuente de innumerables conflictos, en tanto aspecto decisivo de la política de poder de los Estados”.


En el epígrafe de aquella nota, transcribí aquel famoso comentario napoleónico de George B. Shaw (de su comedia El hombre del destino), acerca del deber, los intereses y los ingleses: “[…] una nación que permite a su deber entrar en pugna con sus intereses, está perdida”. Pasa el tiempo y no terminamos de encarar con astucia y perseverancia el inicio de acciones para siquiera empezar a destrabar esta agria disputa, cercana ya a cumplir los 200 años. Y nuestro adversario sigue siendo un jugador de primer nivel en esta clase de disputas. 


Me sumo, así, a quienes consideran que la dirigencia de nuestro país carece de las capacidades necesarias para pensar y concretar proyectos para el largo plazo, empantanándonos en modelos que son apenas referencias de coyuntura. Obviamente me refiero a toda dirigencia no solo la política, aunque a ésta le quepa mayor responsabilidad por razones institucionales y funcionales.


Tampoco es la primera vez que lo planteamos y no deja de ser lamentable: pasa el tiempo y no mejoramos uno de los peores aspectos de nuestra idiosincrasia. Compruébelo si no lo con de los últimos días. Las recurrentes crisis en materia de transporte –en particular el ferroviario- (vinculadas a su vez a las deficiencias de infraestructura), hidrocarburífera[1] (expresadas en el desabastecimiento y en la creciente importación) y de seguridad (reflejada en secuestros y asesinatos cada vez más salvajes, sea por trata de personas o narcotráfico)[2], son manifestaciones diarias de una incultura que enajena el futuro de nuestros nietos.

En el marco de tan devaluada política nacional, a nadie se le ocurra que será factible la recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas y en el corto plazo. Por tal razón parece oportuno bajar los decibeles a la retórica superflua y mirar más el bosque. Valga, entonces, el siguiente resumen como ayuda memoria, modesta contribución para que cuando llegue el momento de tomar posición personal, cada cual cuente al menos con algunos elementos de juicio:



Preservar la unidad de la disputa: el conflicto de soberanía abarca no solo el Archipiélago de las Malvinas (12.173 km2), sino también las Georgias del Sur (3.756 km2) y Sándwich del Sur (310 km2), debiendo incluirse los espacios marítimos y plataforma continental adyacentes medidos de acuerdo a la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982, de la cual ambos estados son parte. 

Las partes son solo dos: el Estado Argentino y el Reino Unido. Los falklanders no pueden sentarse a una mesa de discusión dada su condición de súbditos británicos, estatus concedido luego de la victoria militar. Sin embargo conviene destacar que el resultado de un conflicto militar no puede resolver una cuestión de naturaleza jurídica, como es en esencia una disputa de soberanía. Recuperarla lleva implícito un dato elemental: otro Estado posee los territorios irredentos, lo cual implica también que éste sostenga títulos con igual convicción; de hecho, a cada argumento argentino se le contrapone un argumento británico.

Un caso de colonialismo: la Resolución 2065 de la Asamblea General (16/12/1965) así lo considera en el marco de la Resolución 1514 (de 1960, conocida como la Carta Magna de la Descolonización) y en los siguientes términos: 1 - Existe una disputa de soberanía, 2 - entre la República Argentina y el Reino Unido, 3 - ambas partes deben “[…] proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité especial (de Descolonización) […] teniendo debidamente en cuenta […] los intereses de la población de las Islas Malvinas”, 4 - debiendo dar cuenta al Comité Especial y a la Asamblea General. De esto se desprende a su vez que no están involucrados los isleños; tampoco menciona los deseos (que son siempre subjetivos y se expresan a través del principio de libre determinación). Estos conceptos fueron reforzados después por la Resolución 3160 de 1973[3]. O sea que las partes están obligadas a negociar la soberanía.

Solución pacífica del conflicto: ambas partes están obligadas a negociar la soberanía de acuerdo al principio de solución pacífica de controversias, mediante el método diplomático más reconocido que es la negociación directa entre partes. No parece conveniente someter la disputa a la Corte Internacional de Justicia. Además es improbable que el RU acepte su jurisdicción pues, al ratificar en 1929 el Estatuto de la Corte Permanente de Justicia Internacional -su antecesora-, hizo expresa reserva de no aceptar su competencia en cuestiones de soberanía, reserva actualizada en julio de 2004.

Limitaciones de los foros internacionales: tampoco parece conveniente pretender que la causa se resuelva en el seno de la Asamblea General de la ONU o en algún otro foro internacional. Las complejísimas negociaciones para obtener la adhesión de los distintos estados son muy riesgosas, ya que en materia de política externa cada Estado negocia en función de sus propios intereses. Por ende nada es gratis. Con todo, lograr apoyos de países, organizaciones y foros internacionales expresa una diplomacia en movimiento, pero no es suficiente.  

Un imperativo constitucional: lo dispone la casi desconocida Disposición Transitoria Primera introducida a la Constitución Nacional por la reforma de 1994, que transcribo textual:
            “La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino” (la cursiva es propia).

Conocimiento integral del conflicto por parte de la ciudadanía: la historia de la confrontación reconoce tres etapas. La primera abarca desde el descubrimiento a 1833; la segunda desde la violenta usurpación hasta 1982; la tercera desde la finalización de la guerra en adelante, en la cual –dejando de lado los fuegos de artificio- la iniciativa sigue siendo británica (concesión del nuevo estatus para los ex kelpers, trazado de  áreas limítrofes y zonas de exclusión, concesión de permisos de pesca y de exploración y explotación hidrocarburífera por el gobierno de las Islas). La Guerra de Malvinas puede considerarse como un conflicto de “baja intensidad” propio de la Guerra Fría; desde esta óptica resulta un doble anacronismo: por su definición de colonial y por la superada bipolaridad estratégica. Hoy parece una bisagra histórica ante los desafíos que enfrenta la humanidad para el siglo XXI, que es sin dudas el de los recursos naturales con nuevos actores internacionales[4].

Construcción del poder nacional: una solución definitiva y favorable a nuestros intereses nacionales depende decisivamente del acrecentamiento del poder nacional, de sus recursos tangibles e intangibles, en función de un proyecto nacional[5] ausente en estos tiempos de bicentenarios y que ningún gobierno supo proponer desde 1983 en adelante. Toda negociación de estas características moviliza los recursos de poder de cada Estado involucrado. La relación de fuerzas permite avizorar el resultado. Sigo creyendo en el apotegma de que una política exterior eficaz es la proyección de una política interna coherente: si ésta falla no se espere mucho de la otra.


[1] Remito en especial a “Petra oleum” (Claves nº 166 – diciembre 2007), “Tormentas en el mar” (Claves nº 168 – abril de 2008) y “Malvinas, otra vez en la agenda” (Claves nº 188 – abril 2010), a disposición de los lectores en la siguiente dirección de correo electrónico: voqueran@yahoo.com.ar.
[2] Ver “A no equivocarnos: la metástasis ya se produjo” (Semanario Redacción – 20/11/2010).
[3] Todas las resoluciones mencionadas en esta nota pueden ser consultadas en la página oficial de Naciones Unidas, en el sitio de la Asamblea General.
[4] Al respecto puede ampliarse este aspecto con “Cambio de época, ¿cambiode paradigmas? Resultados inciertos”, Claves nº 205 -  noviembre 2011.
[5] Véase “La agenda de los Bicentenarios: Nación, identidad y futuro”, en Claves nº 184 –septiembre de 2009.

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