Revista Claves nº 207 Año XXI - Salta - marzo de 2012
En el epígrafe de aquella nota, transcribí aquel famoso comentario napoleónico de George B. Shaw (de su comedia El hombre del destino), acerca del deber, los intereses y los ingleses: “[…] una nación que permite a su deber entrar en pugna con sus intereses, está perdida”. Pasa el tiempo y no terminamos de encarar con astucia y perseverancia el inicio de acciones para siquiera empezar a destrabar esta agria disputa, cercana ya a cumplir los 200 años. Y nuestro adversario sigue siendo un jugador de primer nivel en esta clase de disputas.
Me sumo, así, a quienes consideran que la dirigencia de nuestro país carece de las capacidades necesarias para pensar y concretar proyectos para el largo plazo, empantanándonos en modelos que son apenas referencias de coyuntura. Obviamente me refiero a toda dirigencia no solo la política, aunque a ésta le quepa mayor responsabilidad por razones institucionales y funcionales.
Tampoco es la primera vez que lo planteamos y no deja de ser lamentable: pasa el tiempo y no mejoramos uno de los peores aspectos de nuestra idiosincrasia. Compruébelo si no lo con de los últimos días. Las recurrentes crisis en materia de transporte –en particular el ferroviario- (vinculadas a su vez a las deficiencias de infraestructura), hidrocarburífera[1] (expresadas en el desabastecimiento y en la creciente importación) y de seguridad (reflejada en secuestros y asesinatos cada vez más salvajes, sea por trata de personas o narcotráfico)[2], son manifestaciones diarias de una incultura que enajena el futuro de nuestros nietos.
1º Preservar la unidad de la disputa: el conflicto de soberanía abarca no solo el Archipiélago de las Malvinas (12.173 km2), sino también las Georgias del Sur (3.756 km2) y Sándwich del Sur (310 km2), debiendo incluirse los espacios marítimos y plataforma continental adyacentes medidos de acuerdo a la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982, de la cual ambos estados son parte.
La “Cuestión
Malvinas” ha estado presente de modo directo o indirecto en varias de estas
columnas. En esta ocasión rescato la publicada en el nº 42 de Claves -abril de 1996- bajo el título
“La seducción como recurso de política exterior”, en que referíamos los
despliegues del ex canciller G. Di Tella para ganar la confianza de los isleños.
Entonces, y sin ánimo profético (pues era fácilmente perceptible), advertía que
-respecto del conflicto- nuestro país había perdido la iniciativa y que
debíamos centrarnos en la problemática de los espacios marítimos. Por esa
actitud de boxeador aporreado y a la defensiva, sostuve
“Si hay un tema
que los ingleses conocen definitivamente bien es la problemática del mar, tanto
en tiempos de guerra como en la paz, sea en los planos mercantil o científico.
El dominio de los océanos y de sus rutas ha sido desde antiguo fuente de
innumerables conflictos, en tanto aspecto decisivo de la política de poder de
los Estados”.
En el epígrafe de aquella nota, transcribí aquel famoso comentario napoleónico de George B. Shaw (de su comedia El hombre del destino), acerca del deber, los intereses y los ingleses: “[…] una nación que permite a su deber entrar en pugna con sus intereses, está perdida”. Pasa el tiempo y no terminamos de encarar con astucia y perseverancia el inicio de acciones para siquiera empezar a destrabar esta agria disputa, cercana ya a cumplir los 200 años. Y nuestro adversario sigue siendo un jugador de primer nivel en esta clase de disputas.
Me sumo, así, a quienes consideran que la dirigencia de nuestro país carece de las capacidades necesarias para pensar y concretar proyectos para el largo plazo, empantanándonos en modelos que son apenas referencias de coyuntura. Obviamente me refiero a toda dirigencia no solo la política, aunque a ésta le quepa mayor responsabilidad por razones institucionales y funcionales.
Tampoco es la primera vez que lo planteamos y no deja de ser lamentable: pasa el tiempo y no mejoramos uno de los peores aspectos de nuestra idiosincrasia. Compruébelo si no lo con de los últimos días. Las recurrentes crisis en materia de transporte –en particular el ferroviario- (vinculadas a su vez a las deficiencias de infraestructura), hidrocarburífera[1] (expresadas en el desabastecimiento y en la creciente importación) y de seguridad (reflejada en secuestros y asesinatos cada vez más salvajes, sea por trata de personas o narcotráfico)[2], son manifestaciones diarias de una incultura que enajena el futuro de nuestros nietos.
En el marco
de tan devaluada política nacional, a nadie se le ocurra que será factible la
recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas y en el corto plazo. Por
tal razón parece oportuno bajar los decibeles a la retórica superflua y mirar
más el bosque. Valga, entonces, el siguiente resumen como ayuda memoria,
modesta contribución para que cuando llegue el momento de tomar posición
personal, cada cual cuente al menos con algunos elementos de juicio:
1º Preservar la unidad de la disputa: el conflicto de soberanía abarca no solo el Archipiélago de las Malvinas (12.173 km2), sino también las Georgias del Sur (3.756 km2) y Sándwich del Sur (310 km2), debiendo incluirse los espacios marítimos y plataforma continental adyacentes medidos de acuerdo a la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982, de la cual ambos estados son parte.
2º Las partes son solo dos: el Estado
Argentino y el Reino Unido. Los falklanders
no pueden sentarse a una mesa de discusión dada su condición de súbditos
británicos, estatus concedido luego de la victoria militar. Sin embargo
conviene destacar que el resultado de un conflicto militar no puede resolver
una cuestión de naturaleza jurídica, como es en esencia una disputa de
soberanía. Recuperarla lleva implícito un dato elemental: otro Estado posee los
territorios irredentos, lo cual implica también que éste sostenga títulos con
igual convicción; de hecho, a cada argumento argentino se le contrapone un
argumento británico.
3º Un caso de colonialismo: la Resolución
2065 de la Asamblea General (16/12/1965) así lo considera en el marco de la Resolución
1514 (de 1960, conocida como la Carta Magna de la Descolonización) y en los
siguientes términos: 1 - Existe una disputa de soberanía, 2 - entre la
República Argentina y el Reino Unido, 3 - ambas partes deben “[…] proseguir sin
demora las negociaciones recomendadas por el Comité especial (de
Descolonización) […] teniendo debidamente en cuenta […] los intereses de la población de las Islas
Malvinas”, 4 - debiendo dar cuenta al Comité Especial y a la Asamblea General.
De esto se desprende a su vez que no están involucrados los isleños; tampoco
menciona los deseos (que son siempre
subjetivos y se expresan a través del principio de libre determinación). Estos
conceptos fueron reforzados después por la Resolución 3160 de 1973[3]. O
sea que las partes están obligadas a negociar la soberanía.
4º Solución pacífica del conflicto: ambas
partes están obligadas a negociar la soberanía de acuerdo al principio de
solución pacífica de controversias, mediante el método diplomático más
reconocido que es la negociación directa entre partes. No parece conveniente
someter la disputa a la Corte Internacional de Justicia. Además es improbable
que el RU acepte su jurisdicción pues, al ratificar en 1929 el Estatuto de la
Corte Permanente de Justicia Internacional -su antecesora-, hizo expresa
reserva de no aceptar su competencia en cuestiones de soberanía, reserva
actualizada en julio de 2004.
5º Limitaciones de los foros internacionales:
tampoco parece conveniente pretender que la causa se resuelva en el seno de la
Asamblea General de la ONU o en algún otro foro internacional. Las
complejísimas negociaciones para obtener la adhesión de los distintos estados
son muy riesgosas, ya que en materia de política externa cada Estado negocia en
función de sus propios intereses. Por ende nada es gratis. Con todo, lograr
apoyos de países, organizaciones y foros internacionales expresa una diplomacia
en movimiento, pero no es suficiente.
6º Un imperativo constitucional: lo
dispone la casi desconocida Disposición Transitoria Primera introducida a la
Constitución Nacional por la reforma de 1994, que transcribo textual:
“La Nación Argentina ratifica
su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del
Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes,
por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos
territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los
principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e
irrenunciable del pueblo argentino” (la cursiva es propia).
7º Conocimiento integral del conflicto por
parte de la ciudadanía: la historia de la confrontación reconoce tres
etapas. La primera abarca desde el descubrimiento a 1833; la segunda desde la violenta
usurpación hasta 1982; la tercera desde la finalización de la guerra en
adelante, en la cual –dejando de lado los fuegos de artificio- la iniciativa
sigue siendo británica (concesión del nuevo estatus para los ex kelpers, trazado de áreas limítrofes y zonas de exclusión,
concesión de permisos de pesca y de exploración y explotación hidrocarburífera
por el gobierno de las Islas). La Guerra de Malvinas puede considerarse como un
conflicto de “baja intensidad” propio de la Guerra Fría; desde esta óptica
resulta un doble anacronismo: por su definición de colonial y por la superada
bipolaridad estratégica. Hoy parece una bisagra histórica ante los desafíos que
enfrenta la humanidad para el siglo XXI, que es sin dudas el de los recursos
naturales con nuevos actores internacionales[4].
8º Construcción del poder nacional:
una solución definitiva y favorable a nuestros intereses nacionales depende
decisivamente del acrecentamiento del poder nacional, de sus recursos tangibles
e intangibles, en función de un proyecto
nacional[5]
ausente en estos tiempos de bicentenarios y que ningún gobierno supo proponer
desde 1983 en adelante. Toda negociación
de estas características moviliza los recursos de poder de cada Estado
involucrado. La relación de fuerzas permite avizorar el resultado. Sigo
creyendo en el apotegma de que una política exterior eficaz es la proyección de
una política interna coherente: si ésta falla no se espere mucho de la otra.
[1] Remito en especial a “Petra oleum” (Claves nº 166 – diciembre 2007), “Tormentas en el mar” (Claves nº 168 – abril de 2008) y
“Malvinas, otra vez en la agenda” (Claves
nº 188 – abril 2010), a disposición de los lectores en la siguiente dirección
de correo electrónico: voqueran@yahoo.com.ar.
[2] Ver “A no equivocarnos: la metástasis ya se produjo” (Semanario Redacción – 20/11/2010).
[3] Todas las resoluciones mencionadas en esta nota pueden ser consultadas
en la página oficial de Naciones Unidas, en el sitio de la Asamblea General.
[4] Al respecto puede ampliarse este aspecto con “Cambio de época, ¿cambiode paradigmas? Resultados inciertos”, Claves
nº 205 - noviembre 2011.
[5] Véase “La agenda de los Bicentenarios: Nación, identidad y futuro”, en
Claves nº 184 –septiembre de 2009.
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