24 de julio de 2014

A propósito de la cuestión palestina: La geopolítica del Vaticano



Revista Claves nº 231 – julio 2014

“Si queremos ojo por ojo, vamos a quedarnos todos ciegos”, Mahatma Gandhi.
“¿El Papa?; ¿cuántas divisiones tiene el Papa?”, José Stalin.

El jueves 12 de junio, tres jóvenes israelíes fueron secuestrados; una semana después hallaron sus cuerpos vilmente asesinados. La revancha de civiles y la represalia militar israelí, inevitables, desataron otro vendaval de consecuencias imprevisibles. ¿Estallará una tercera intifada? ¿De nada valieron los rezos? Palestina continua siendo el polvorín de siempre, centro nervioso de la problemática del Medio Oriente.

La guerra interminable entre Israel y Palestina, por su naturaleza se mueve entre períodos de relativa calma y picos de tensión inhumana. El talión funciona allí como un reloj: ¿existe en el mundo de hoy alguna autoridad capaz de imponer una solución al conflicto, ante la evidencia de que las partes involucradas no pueden hacerlo o no les interesa? Los crímenes de guerra no pueden encontrar compensación en su represalia, pues hay una distancia entre justicia y venganza.

Nada ha quedado de aquella “hoja de ruta”, congelada por la intransigencia de los propios interesados y las especulaciones de sus sponsors[1]. Tampoco sirvió de mucho el Acuerdo de Reconciliación entre las dos mayores facciones políticas de Palestina, patrocinadas por Egipto[2]. Ni siquiera el nuevo status de Palestina en la ONU los inspiró para recomenzar negociaciones serias y responsables[3].

Así estaban las cosas cuando el 25 de mayo, en Belén y promediando  su visita a Tierra Santa, Francisco invitó a sus pares Mahmud Abás y Shimon Peres a juntarse a rezar por la paz en los jardines del Vaticano[4]. Sin embargo, esta nota no centrará el análisis en esta otra vuelta de tuerca, sino en el módico papel del Papa luego de su histórica visita a Tierra Santa y la estrategia del Vaticano en los tiempos de cambio que vienen.

Las divisiones del Papa                                                           

La frase del epígrafe habría sido la respuesta de J. Stalin a W. Churchill cuando éste sugirió invitar a Pío XII a las conferencias sobre la paz en la inmediata posguerra, en la decisiva reunión tripartita de Yalta (febrero 1945). A ese papa le preocupaba sobre todo la situación de los católicos de los países de Europa Oriental, próximos a quedar encerrados tras la cortina de hierro, tal como lo anticipara aquel premier británico.

Stalin ni quienes lo sucedieron en la nomenklatura pudieron prever que el aliento al Partido Demócrata Cristiano italiano por Pío XII y treinta años después el apoyo de Wojtyla a la lucha sindical de Walesa, terminarían minando el sistema socialista soviético. Desde entonces mucho se ha escrito y opinado sobre el “poder blando” y la diplomacia del Vaticano, en un mundo en el cual la posesión de armas estratégicas estableció las diferencias y trazó las esferas de influencia durante buena parte del siglo XX.

Hubo sucesos de gran significancia que han sido puntos de inflexión en cada mitad de la centuria pasada y proyectan los desafíos de la Santa Sede[5] en un tiempo de cambio epocal. El primero -ad intra et ad extra- fue la celebración de los Tratados de Letrán suscriptos en febrero de 1929 con el Estado italiano, tres concordatos sustanciales para delimitar la soberanía vaticana, regular las relaciones en materia religiosa y civil sobre la base de la consigna “iglesia libre en estado libre” y acordar indemnizaciones y renuncias. Con ellos concluía el traumático “encierro” de cinco papas durante seis décadas, cuyo capítulo inicial había sido el proceso de unificación italiana y la Ley de Garantías de 1871.

El otro hecho trascendente fue, sin dudas, la convocatoria de Juan XXIII al Concilio Vaticano II, inaugurado en octubre de 1962. Todas las reformas propuestas en ese encuentro padecieron los avatares políticos de la época y su aplicación quedó condicionada por las urgencias que planteaba la difícil convivencia este-oeste primero y norte-sur después. La reunificación alemana y la implosión soviética tuvieron profunda repercusión en una institución por entonces conducida por un papa polaco, en medio de contradicciones internas, disputas de poder, conductas personales y maniobras non sanctas sobradamente conocidos.

Las 104 visitas pastorales de Juan Pablo II a todos los continentes “globalizaron” a la Iglesia y tenían, por cierto, un componente geopolítico implícito. No era otra cosa que cumplir su misión universal, que es el significado de la palabra griega “cazolikós”. El costo fue relegar las tareas pendientes previstas por aquel Concilio. Wojtyla y luego Ratzinger habían optado por catolizar la modernidad antes que modernizar el catolicismo[6]. El interregno de Benedicto XVI, de igualmente comprensible visión etnocéntrica europea, concluyó con su inesperada renuncia que evidenciaba su falta de fuerzas para encarar la limpieza de la Curia romana. Y acá entra en escena nuestro papa argentino, dispuesto a encarar los reclamos y reformas pendientes, muchos de ellos urgentes sobre todo para la periferia del mundo.

Pese a los graves problemas, la influencia del Vaticano en la política internacional es innegable y además, para llevarla a cabo, cuenta con una diplomacia que para muchos es la mejor preparada e informada del mundo. La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con 179 de los 193 Estados miembros de la ONU, de la que es observadora (y de varios de sus organismos especializados).  

Está comprobado que involucrarse con el poder temporal le ha ocasionado a la Iglesia muchas complicaciones; y eso le perturbó la tarea central de evangelización. Los grandes documentos emitidos durante Vaticano II y después los de los cuatro papas siguientes, más allá de la intensidad de su traslado a la práctica, reflejan la intención de mejorar los horizontes de la “experta en humanidad”. Hay que tener la voluntad de leerlos e implementarlos, desde luego.

En nuestro trabajo “¿Qué Papa necesita la Iglesia?”, nº 217 – marzo 2013, y a propósito de la renuncia de Benedicto XVI pero antes de la elección de Francisco, decíamos que a esa pregunta había que sumar esta otra ¿qué Iglesia necesita el mundo?

El retorno de la religión y la geopolítica vaticana

La masacre de los jóvenes israelíes y del adolescente palestino, ocurrida pocos días después de aquel encuentro de oración ¿fue sólo la lógica perversa de un enfrentamiento irracional?, ¿una advertencia para el jefe católico?, ¿hubo ingenuidad de su parte?; lo cierto es que sobrevoló una sensación de fracaso diplomático. Sin embargo, el Papa no había ofrecido buenos oficios (lo que implica acercar a las partes e instarlas a resolver su conflicto), mucho menos una mediación (que conlleva una propuesta de arreglo por el mediador); hubo solo una trabajosa negociación previa para concretar la cita con el perfil que tuvo. Y eso fue lo positivo, más allá de lo sucedido. Antes bien su iniciativa fue un llamado de atención a los responsables del estancamiento, a quienes están en condiciones de ayudar a resolver un conflicto peligrosamente estancado y con frentes de tormentas internas en uno y otro bando, en un contexto regional al rojo vivo por la situación en Siria. ¿Le excedió el tema? El gesto de Francisco se entiende, en todo caso, en aquella línea atribuida a A. Malraux, quien predijo que el siglo XXI será espiritual o no será[7].

La nueva evangelización, expuesta en el Documento Conclusivo de Aparecida al finalizar la Vª Conferencia General del CELAM, mayo 2007, en cuya elaboración el Cardenal Bergoglio tuvo destacada participación, y su primera carta encíclica Lumen Fidei (escrita a cuatro manos: se notan los trazos de su antecesor) expresan las grandes líneas que marcarán la herencia de Francisco.

Pareciera un oxímoron: ¿geopolítica una institución religiosa milenaria con un Estado sin territorio ni ejércitos, cuya proyección es universal y su “poder” solo espiritual? Si se trata de volver a poner a Dios en la plaza pública, el desafío consiste en anteponer el bien común de los pueblos a los juegos de poder de sus dirigencias, el Vaticano tiene en adelante mucho por hacer y decir.

Para el sociólogo español José Casanova[8], la Declaración conciliar de Pablo VI Dignitatis humanae (1965) ha marcado un antes y un después en la relación íntima del católico y la jerarquía eclesial, al aceptarse como principio inviolable el de la libertad religiosa. Proteger al individuo en función de su dignidad, necesariamente deja atrás los privilegios eclesiásticos que cuesta hasta hoy acotar.

Bajo esa premisa enfatizadora de la espiritualidad en la libertad, es innegable que la Iglesia Católica afronta desafíos de magnitud, teniendo en cuenta que en cada continente su situación es distinta. Hoy África y Asia recuperan las mejores expectativas, a diferencia de la pérdida de vigor en América Latina y el enfriamiento increíble del cristianismo desarraigado por los propios europeos.

Chauprade menciona tres grandes desafíos de indudable significado geopolítico para el Vaticano. El primero se refiere a la resistencia de las culturas nacionales asiáticas y africanas, refractarias a la evangelización cristiana, habida cuenta de que en muchos de esos países es percibida como expresión del dominio occidental aún latente. La prédica cristiana necesitará adaptar o compatibilizarse con la idiosincrasia e identidad de los pueblos receptores de la evangelización. El segundo desafío se relaciona con la penetración del individualismo en el cristianismo, gestador de una especie de teología de la prosperidad. Para el polémico politólogo francés, ciertas formas del evangelismo protestante expresan el neoliberalismo en el plano religioso. La consigna “pare de sufrir”, que encaja muy bien en la denominada “religión a la carta” arraigada en la dictadura del relativismo denunciada tantas veces por Benedicto XVI, ha logrado que el pentescostalismo (con 300 millones de adherentes, la mitad casi del protestantismo) dispute palmo a palmo con el catolicismo en nuestro continente. Pero también está el caso singular de Estados Unidos, donde las proyecciones han llevado a considerar que el catolicismo (con el 25% de la población es ya la primera religión nacional) seguirá creciendo tanto como la población de origen hispano. Así, mal que le pese a S. Huntington[9], será en el futuro una garantía de identidad nacional en una sociedad pluricultural. 

Un tercer gran desafío, quizás el mayor de todos, es obviamente la vinculación con las dos grandes religiones monoteístas, particularmente el Islam. El vigor y la penetración islámica en África y en Asia y la intolerancia demostrada hacia el proselitismo cristiano, hacen prever que en pocos años más los musulmanes del mundo superarán a los cristianos. Las amenazas y agresiones que padecen las comunidades cristianas orientales y africanas están indicando la urgente necesidad de una mayor aproximación a todas las jerarquías de las distintas ramas del Islam. Por último agregamos el desafío no menos complicado, urgente y previo: la reforma integral de la Curia Romana, que ya ha empezado, a fin de que obispos y sacerdotes “tengan olor a oveja”.

Será muy difícil para Francisco, con tanto enemigo interno, mantener una estrategia lúcida y coherente en esos cuatro grandes temas. El Papa jesuita debe realizar reformas profundas en poco tiempo y asegurar que la continuidad de sus propuestas perdure en el tiempo. La convocatoria a un sínodo para tratar los problemas de la familia constituye un signo alentador, que habrá que seguir muy de cerca, pues aparece como la punta del ovillo para volcar en la Iglesia la enorme fuerza de un laicado dispuesto a acompañarla. Asimismo, la descentralización curialesca para dar más capacidad de decisión a los obispos de las iglesias nacionales, será otra innovación decisiva que si se logra no puede haber marcha atrás, quien quiera que sean los sucesores.

El tiempo apura, el desafío convoca; curas y feligresías aguardamos con esperanzas.  

Nota: a la entrega de esta columna, se cumplían veinte años del siniestro atentado a la AMIA, el ejército israelí pasaba su aplanadora por Gaza sumando más de 260 muertos la mayoría civiles indefensos, y un misil derribaba otro avión de la Malaysia Airlines en territorio de Ucrania. Como en la teoría del caos, todo tiene que ver con todo y siempre resulta más fácil contar los muertos que descubrir los responsables de tanta locura. La única manera de vencer el Mal es haciendo el Bien. Mientras tanto, sonríe satisfecho el Satanael de los bogomilos.



[1] Esta columna trató el tema en “¿Alguna vez habrá solución?”, nº 108 – abr./02; “Palestina, otra crisis nuevas oportunidades”, nº 160 – jun./07; “Lanación judía en el estado de Israel”, nº 170 – jun./08.
[2] El histórico Fatah de Yasser Arafat -desde su muerte bajo mando de Mahmud Abás, presidente de la ANP, que controla Cisjordania- y Hamás abroquelado en Gaza desde junio de 2007. El acuerdo fue suscripto en El Cairo, con auspicio de un gobierno jaqueado por su propia crisis institucional, que cuatro meses antes había tumbado a Hosni Mubarak (v. “Con efecto dominó”, nº 197 – mar. 2011.
[3] La Resolución 67/19 de diciembre de 2012 concedió a Palestina pasar de la condición de “entidad” a “Estado observador”. El nº 4 afirma la determinación de hacer realidad “[…] la visión de dos Estados, con un Estado de Palestina independiente, soberano, democrático,  contiguo y viable que viva junto a Israel en condiciones de paz y seguridad sobre la base de las fronteras anteriores a 1967”. Ver “Estadoobservador, Estado observado”, nº 216 – dic./12.
[4] "Deseo invitar al presidente Abás y al presidente Peres para que juntos elevemos a Dios una oración intensa por la paz. Ofrezco mi casa, el Vaticano, para ese encuentro", concretado el 7 de junio pasado.
[5] El nombre oficial es Estado de la Ciudad del Vaticano, pero a los efectos de esta nota usamos indistintamente Santa Sede, Vaticano o Iglesia Católica, conceptos que suelen confundirse.
[6] Aymeric Chauprade, “Geopolítica del catolicismo”, Vanguardia Dossier nº 48 –jul./sept. 2013, pág. 16. Barcelona.
[7] "La civilización moderna, la del siglo de las máquinas, intenta racionalizar los problemas morales, sustituyendo con un fantasma las profundas ideas del hombre, elaboradas por las religiones. […] La tarea del próximo siglo será la de volver a poner los dioses en su sitio. El siglo 21 será espiritual o no será” (http://www.scriptor.org/2006/11/aniversario_ de_.html#sthash.eBAJRGmh.dpuf).
[8] “La globalización del Vaticano”, Vanguardia Dossier nº 48 –jul./sept. 2013, pág. 8. Barcelona.
[9] Planteó en 2004 su preocupación al respecto, en el libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional americana.

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