Revista
Claves nº 231 – julio 2014
“Si queremos ojo por ojo, vamos a quedarnos todos
ciegos”, Mahatma Gandhi.
“¿El Papa?; ¿cuántas divisiones tiene el Papa?”,
José Stalin.
El jueves 12 de junio, tres
jóvenes israelíes fueron secuestrados; una semana después hallaron sus cuerpos
vilmente asesinados. La revancha de civiles y la represalia militar israelí,
inevitables, desataron otro vendaval de consecuencias imprevisibles. ¿Estallará
una tercera intifada? ¿De nada valieron los rezos? Palestina
continua siendo el polvorín de siempre, centro nervioso de la problemática del
Medio Oriente.
Nada
ha quedado de aquella “hoja de ruta”, congelada por la intransigencia de los
propios interesados y las especulaciones de sus sponsors[1]. Tampoco
sirvió de mucho el Acuerdo de Reconciliación entre las dos mayores facciones
políticas de Palestina, patrocinadas por Egipto[2].
Ni siquiera el nuevo status de Palestina en la ONU los inspiró para recomenzar
negociaciones serias y responsables[3].
Así
estaban las cosas cuando el 25 de mayo, en Belén y promediando su visita a Tierra Santa, Francisco invitó a
sus pares Mahmud Abás y Shimon Peres a juntarse a rezar por la paz en los
jardines del Vaticano[4].
Sin embargo, esta nota no centrará el análisis en esta otra vuelta de tuerca,
sino en el módico papel del Papa luego de su histórica visita a Tierra Santa y
la estrategia del Vaticano en los tiempos de cambio que vienen.
Las
divisiones del Papa
La
frase del epígrafe habría sido la respuesta de J. Stalin a W. Churchill cuando
éste sugirió invitar a Pío XII a las conferencias sobre la paz en la inmediata
posguerra, en la decisiva reunión tripartita de Yalta (febrero 1945). A ese
papa le preocupaba sobre todo la situación de los católicos de los países de
Europa Oriental, próximos a quedar encerrados tras la cortina de hierro, tal
como lo anticipara aquel premier
británico.
Stalin
ni quienes lo sucedieron en la nomenklatura
pudieron prever que el aliento al Partido Demócrata Cristiano italiano por Pío
XII y treinta años después el apoyo de Wojtyla a la lucha sindical de Walesa,
terminarían minando el sistema socialista soviético. Desde entonces mucho se ha
escrito y opinado sobre el “poder blando” y la diplomacia del Vaticano, en un
mundo en el cual la posesión de armas estratégicas estableció las diferencias y
trazó las esferas de influencia durante buena parte del siglo XX.
Hubo
sucesos de gran significancia que han sido puntos de inflexión en cada mitad de
la centuria pasada y proyectan los desafíos de la Santa Sede[5]
en un tiempo de cambio epocal. El primero -ad
intra et ad extra- fue la celebración de los Tratados de Letrán suscriptos
en febrero de 1929 con el Estado italiano, tres concordatos sustanciales para
delimitar la soberanía vaticana, regular las relaciones en materia religiosa y
civil sobre la base de la consigna “iglesia libre en estado libre” y acordar
indemnizaciones y renuncias. Con ellos concluía el traumático “encierro” de
cinco papas durante seis décadas, cuyo capítulo inicial había sido el proceso
de unificación italiana y la Ley de Garantías de 1871.
El
otro hecho trascendente fue, sin dudas, la convocatoria de Juan XXIII al
Concilio Vaticano II, inaugurado en octubre de 1962. Todas las reformas
propuestas en ese encuentro padecieron los avatares políticos de la época y su
aplicación quedó condicionada por las urgencias que planteaba la difícil
convivencia este-oeste primero y norte-sur después. La reunificación alemana y
la implosión soviética tuvieron profunda repercusión en una institución por
entonces conducida por un papa polaco, en medio de contradicciones internas,
disputas de poder, conductas personales y maniobras non sanctas sobradamente conocidos.
Las
104 visitas pastorales de Juan Pablo II a todos los continentes “globalizaron”
a la Iglesia y tenían, por cierto, un componente geopolítico implícito. No era
otra cosa que cumplir su misión universal, que es el significado de la palabra
griega “cazolikós”. El costo fue relegar las tareas pendientes previstas por
aquel Concilio. Wojtyla y luego Ratzinger habían optado por catolizar la modernidad antes que modernizar el catolicismo[6].
El interregno de Benedicto XVI, de igualmente comprensible visión etnocéntrica
europea, concluyó con su inesperada renuncia que evidenciaba su falta de fuerzas
para encarar la limpieza de la Curia romana. Y acá entra en escena nuestro papa
argentino, dispuesto a encarar los reclamos y reformas pendientes, muchos de
ellos urgentes sobre todo para la periferia del mundo.
Pese
a los graves problemas, la influencia del Vaticano en la política internacional
es innegable y además, para llevarla a cabo, cuenta con una diplomacia que para
muchos es la mejor preparada e informada del mundo. La Santa Sede mantiene
relaciones diplomáticas con 179 de los 193 Estados miembros de la ONU, de la
que es observadora (y de varios de sus organismos especializados).
Está
comprobado que involucrarse con el poder temporal le ha ocasionado a la Iglesia
muchas complicaciones; y eso le perturbó la tarea central de evangelización.
Los grandes documentos emitidos durante Vaticano II y después los de los cuatro
papas siguientes, más allá de la intensidad de su traslado a la práctica,
reflejan la intención de mejorar los horizontes de la “experta en humanidad”. Hay
que tener la voluntad de leerlos e implementarlos, desde luego.
En
nuestro trabajo “¿Qué Papa necesita la Iglesia?”, nº 217 – marzo 2013, y a
propósito de la renuncia de Benedicto XVI pero antes de la elección de
Francisco, decíamos que a esa pregunta había que sumar esta otra ¿qué Iglesia
necesita el mundo?
El retorno de la
religión y la geopolítica vaticana
La
masacre de los jóvenes israelíes y del adolescente palestino, ocurrida pocos
días después de aquel encuentro de oración ¿fue sólo la lógica perversa de un
enfrentamiento irracional?, ¿una advertencia para el jefe católico?, ¿hubo
ingenuidad de su parte?; lo cierto es que sobrevoló una sensación de fracaso
diplomático. Sin embargo, el Papa no había ofrecido buenos oficios (lo que
implica acercar a las partes e instarlas a resolver su conflicto), mucho menos
una mediación (que conlleva una propuesta de arreglo por el mediador); hubo solo
una trabajosa negociación previa para concretar la cita con el perfil que tuvo.
Y eso fue lo positivo, más allá de lo sucedido. Antes bien su iniciativa fue un
llamado de atención a los responsables del estancamiento, a quienes están en
condiciones de ayudar a resolver un conflicto peligrosamente estancado y con
frentes de tormentas internas en uno y otro bando, en un contexto regional al
rojo vivo por la situación en Siria. ¿Le excedió el tema? El gesto de Francisco
se entiende, en todo caso, en aquella línea atribuida a A. Malraux, quien predijo
que el siglo XXI será espiritual o no será[7].
La
nueva evangelización, expuesta en el Documento Conclusivo de Aparecida al
finalizar la Vª Conferencia General del CELAM, mayo 2007, en cuya elaboración el
Cardenal Bergoglio tuvo destacada participación, y su primera carta encíclica Lumen Fidei (escrita a cuatro manos: se
notan los trazos de su antecesor) expresan las grandes líneas que marcarán la
herencia de Francisco.
Pareciera
un oxímoron: ¿geopolítica una institución religiosa milenaria con un Estado sin
territorio ni ejércitos, cuya proyección es universal y su “poder” solo
espiritual? Si se trata de volver a poner a Dios en la plaza pública, el
desafío consiste en anteponer el bien común de los pueblos a los juegos de
poder de sus dirigencias, el Vaticano tiene en adelante mucho por hacer y decir.
Para
el sociólogo español José Casanova[8],
la Declaración conciliar de Pablo VI Dignitatis
humanae (1965) ha marcado un antes y un después en la relación íntima del
católico y la jerarquía eclesial, al aceptarse como principio inviolable el de
la libertad religiosa. Proteger al individuo en función de su dignidad,
necesariamente deja atrás los privilegios eclesiásticos que cuesta hasta hoy
acotar.
Bajo
esa premisa enfatizadora de la espiritualidad en la libertad, es innegable que
la Iglesia Católica afronta desafíos de magnitud, teniendo en cuenta que en cada
continente su situación es distinta. Hoy África y Asia recuperan las mejores
expectativas, a diferencia de la pérdida de vigor en América Latina y el
enfriamiento increíble del cristianismo desarraigado por los propios europeos.
Chauprade
menciona tres grandes desafíos de indudable significado geopolítico para el
Vaticano. El primero se refiere a la resistencia de las culturas nacionales
asiáticas y africanas, refractarias a la evangelización cristiana, habida
cuenta de que en muchos de esos países es percibida como expresión del dominio
occidental aún latente. La prédica cristiana necesitará adaptar o compatibilizarse
con la idiosincrasia e identidad de los pueblos receptores de la
evangelización. El segundo desafío se relaciona con la penetración del individualismo
en el cristianismo, gestador de una especie de teología de la prosperidad. Para el polémico politólogo francés, ciertas
formas del evangelismo protestante expresan el neoliberalismo en el plano
religioso. La consigna “pare de sufrir”, que encaja muy bien en la denominada “religión
a la carta” arraigada en la dictadura del relativismo denunciada tantas veces por
Benedicto XVI, ha logrado que el pentescostalismo (con 300 millones de
adherentes, la mitad casi del protestantismo) dispute palmo a palmo con el
catolicismo en nuestro continente. Pero también está el caso singular de
Estados Unidos, donde las proyecciones han llevado a considerar que el
catolicismo (con el 25% de la población es ya la primera religión nacional)
seguirá creciendo tanto como la población de origen hispano. Así, mal que le
pese a S. Huntington[9], será en
el futuro una garantía de identidad nacional en una sociedad
pluricultural.
Un
tercer gran desafío, quizás el mayor de todos, es obviamente la vinculación con
las dos grandes religiones monoteístas, particularmente el Islam. El vigor y la
penetración islámica en África y en Asia y la intolerancia demostrada hacia el
proselitismo cristiano, hacen prever que en pocos años más los musulmanes del
mundo superarán a los cristianos. Las amenazas y agresiones que padecen las comunidades
cristianas orientales y africanas están indicando la urgente necesidad de una
mayor aproximación a todas las jerarquías de las distintas ramas del Islam. Por
último agregamos el desafío no menos complicado, urgente y previo: la reforma integral
de la Curia Romana, que ya ha empezado, a fin de que obispos y sacerdotes “tengan
olor a oveja”.
Será
muy difícil para Francisco, con tanto enemigo interno, mantener una estrategia
lúcida y coherente en esos cuatro grandes temas. El Papa jesuita debe realizar
reformas profundas en poco tiempo y asegurar que la continuidad de sus
propuestas perdure en el tiempo. La convocatoria a un sínodo para tratar los
problemas de la familia constituye un signo alentador, que habrá que seguir muy
de cerca, pues aparece como la punta del ovillo para volcar en la Iglesia la
enorme fuerza de un laicado dispuesto a acompañarla. Asimismo, la
descentralización curialesca para dar más capacidad de decisión a los obispos
de las iglesias nacionales, será otra innovación decisiva que si se logra no
puede haber marcha atrás, quien quiera que sean los sucesores.
El
tiempo apura, el desafío convoca; curas y feligresías aguardamos con
esperanzas.
Nota:
a la entrega de esta columna, se cumplían veinte años del siniestro atentado a
la AMIA, el ejército israelí pasaba su aplanadora por Gaza sumando más de 260
muertos la mayoría civiles indefensos, y un misil derribaba otro avión de la
Malaysia Airlines en territorio de Ucrania. Como en la teoría del caos, todo
tiene que ver con todo y siempre resulta más fácil contar los muertos que
descubrir los responsables de tanta locura. La única manera de vencer el Mal es
haciendo el Bien. Mientras tanto, sonríe satisfecho el Satanael de los
bogomilos.
[1] Esta columna trató el tema en “¿Alguna vez habrá solución?”, nº 108 –
abr./02; “Palestina, otra crisis nuevas oportunidades”, nº 160 – jun./07; “Lanación judía en el estado de Israel”, nº 170 – jun./08.
[2] El histórico Fatah de Yasser
Arafat -desde su muerte bajo mando de Mahmud Abás, presidente de la ANP, que
controla Cisjordania- y Hamás abroquelado en Gaza desde junio de 2007. El
acuerdo fue suscripto en El Cairo, con auspicio de un gobierno jaqueado por su
propia crisis institucional, que cuatro meses antes había tumbado a Hosni
Mubarak (v. “Con efecto dominó”, nº
197 – mar. 2011.
[3] La Resolución 67/19
de diciembre de 2012 concedió a Palestina pasar de la condición de “entidad” a
“Estado observador”. El nº 4 afirma la determinación de hacer realidad “[…] la
visión de dos Estados, con un Estado de Palestina independiente, soberano,
democrático, contiguo y viable que viva
junto a Israel en condiciones de paz y seguridad sobre la base de las fronteras
anteriores a 1967”. Ver “Estadoobservador, Estado observado”, nº 216 – dic./12.
[4]
"Deseo
invitar al presidente Abás y al presidente Peres para que juntos elevemos a
Dios una oración intensa por la paz. Ofrezco mi casa, el Vaticano, para ese
encuentro", concretado el 7 de junio pasado.
[5] El nombre
oficial es Estado de la Ciudad del Vaticano, pero a los efectos de esta nota
usamos indistintamente Santa Sede, Vaticano o Iglesia Católica, conceptos que
suelen confundirse.
[6] Aymeric Chauprade, “Geopolítica
del catolicismo”, Vanguardia Dossier
nº 48 –jul./sept. 2013, pág. 16. Barcelona.
[7] "La civilización
moderna, la del siglo de las máquinas, intenta racionalizar los problemas
morales, sustituyendo con un fantasma las profundas ideas del hombre,
elaboradas por las religiones. […] La tarea del próximo siglo será la de volver
a poner los dioses en su sitio. El siglo 21 será espiritual o no será” (http://www.scriptor.org/2006/11/aniversario_ de_.html#sthash.eBAJRGmh.dpuf).
[8] “La globalización del Vaticano”,
Vanguardia Dossier nº 48 –jul./sept.
2013, pág. 8. Barcelona.
[9] Planteó en 2004 su preocupación
al respecto, en el libro ¿Quiénes somos?
Los desafíos a la identidad nacional americana.
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