24 de noviembre de 2015

Colombia: ¿ha estallado la paz?



Revista Claves nº 245 – noviembre 2015
 
Cuatro cuestiones implacables condicionan la unidad y proyección de América Latina en un mundo multipolar. Cada una posee su etiología y significación, todas con pronóstico reservado: la cuestión de soberanía argentina sobre las islas del Atlántico Sur, la salida al mar de Bolivia, la trabajosa reinserción de Cuba y el proceso de paz en Colombia concretado con un acuerdo histórico trabajosamente elaborado. A esto último referirá esta nota. 

¿Revolución tardía o ensayo marxista para el siglo XXI?

Así subtitulamos un acápite -refiriendo a la situación colombiana a fines del siglo XX- de una nota publicada en esta Revista[1], luego de un encuentro con Javier Calderón, “embajador” de las FARC, quien recorría la Argentina procurando apoyo al reconocimiento de su grupo como comunidad beligerante[2].

Para entonces, la desarticulación de los cárteles de Medellín y Cali por la muerte de Pablo Escobar -diciembre 1993- y la detención de los Rodríguez Orejuela –a mediados de 1995-, dio un giro previsible: los campesinos cultivadores, aprovechando el vacío, empezaron a elaborar pasta base. Tanto las FARC como paramilitares –en especial las Autodefensas Unidas de Colombia[3], su enemiga íntima- de a poco ingresaron en el negocio (que Calderón negaba enfáticamente) y, obvio, los ideales revolucionarios o contrarrevolucionarios se bastardearon con el pretexto del sostenimiento económico.

Haber cruzado aquella delgada línea roja significó para las FARC un paulatino desprestigio que se transformó en un serio problema dentro mismo de esa agrupación y de cara a la sociedad colombiana.

Con todo, esa es historia reciente. Si hubiera que preguntarse -como Zavalita respecto de Perú en Conversación en La Catedral- ¿cuándo se jodió Colombia?, su espiral de violencia de tres patas arrancó con el asesinato de José Eliécer Gaitán en el lejano abril de 1948 y desde entonces no paró. Gobierno, guerrillas y paramilitares no pararon nunca, salvo pequeñas treguas que no duraron nada[4].

Una guerrilla asentada en la ortodoxia marxista-leninista, con mutación genética en el foquismo guevarista y sus fundamentos teóricos, ¿puede subsistir en un mundo que está cambiando de paradigmas después de la implosión de la Unión Soviética y del fracaso norteamericano en Irak?

¿Cómo sostener, entonces, una “guerra revolucionaria” (valga el entrecomillado) propia de la Guerra Fría en el actual contexto mundial? ¿Acaso no basta con los 220.000 muertos y 6 millones de desplazados ocasionados durante medio siglo? En verdad, eso no daba para más.

El contexto

El cambio de perspectiva por parte de la cúpula de las FARC hace una década al menos, estuvo motivado por varios sucesos: el abatimiento en territorio ecuatoriano de Raúl Reyes en marzo 2008; la liberación luego de seis años de cautiverio -julio 2008- de Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial por el Partido Verde; los Diálogos del Caguán con las FARC, el ELN (por separado), y el gobierno conservador de Andrés Pastrana[5] (1998-2002), finalmente agotado antes de ceder la banda presidencial al liberal Álvaro Uribe; la rehabilitación por el Consejo de Estado en julio de 2013 de Unión Patriótica, partido político creado por las FARC en 1983 e inhabilitado en 2002 por el Consejo Nacional Electoral[6].

No obstante, la implacable Historia aportó tres sucesos, respecto de los cuales ni guerrilla ni gobierno tuvieron incidencia, para apurar las negociaciones concluidas con el seco saludo entre Juan Manuel Santos (JMS) y Rodrigo Londoño (a) Timochenko en La Habana, el 23 de septiembre pasado: 1 - el cambio de posición de la Casa Blanca de Barak Obama respecto de la democracia en América Latina en general y la situación de Colombia en particular, 2 - el agotamiento de la experiencia revolucionaria del castrismo y la reanudación de las relaciones diplomáticas con EEUU, incluido el levantamiento tarde o temprano del embargo, 3 - la incógnita venezolana con probable debacle electoral en las parlamentarias del próximo 6 de diciembre.

Esos datos objetivos marcaron el punto de arranque del proceso de paz. Para viajar a La Habana y firmar el acuerdo, Timochenko debió salir de su escondite selvático (de donde no se movía hace cuarenta años); ello da pauta de lo difícil que será desarticular afrentas, rencores y aberraciones en una sociedad muy fragmentada.

El novedoso acuerdo –avalado por Luis Moreno Ocampo, según contó el propio presidente Santos- propone que las FARC se sometan a un proceso judicial integral, mecanismo distinto al de otras experiencias tenidas en cuenta, como el Acuerdo del Viernes Santos en Irlanda del Norte (1998) y la Comisión para la Verdad y la Reconciliación que operó en Sudáfrica hasta 1999, que de tan trabados debieron concluirse con amnistías e indultos.

Cabe destacar el beneplácito general de los gobiernos de nuestra región y europeos, en particular el seguimiento y apoyo del Departamento de Estado, cuyo enviado -Bernard Aronson- tiene llegada directa a Barak Obama. Y a Raúl Castro, frente a la titánica tarea de recomponer relaciones con EEUU, le venía de perlas ofrecer Cuba para las rondas negociadoras: allí las FARC no estarían incómodas. El gobierno colombiano lo aceptó en tanto mesa y sillas estuvieran en sede neutral: la embajada de Noruega, país de experiencia como facilitador del diálogo en complejos conflictos (Filipinas, Guatemala, Haití, Israel-OLP, Sri Lanka). El embajador Dag Nylander jugó un papel muy reconocido por las partes.

El Vaticano, por cierto, no perdía detalle ante la inminencia de la visita papal a la isla. Cuando el acuerdo se estancó a mediados de septiembre, se superó la instancia pues las contrapartes y el gobierno cubano mismo no tenían el menor interés de que la visita de Francisco se iniciara con la mala noticia del  descarrilamiento del esforzado diálogo. El Papa había recibido a JMS en el Vaticano el pasado 14 de junio y en la ocasión ofreció “su ayuda personal” en el proceso de paz, que a esa fecha estaba plagado de incertidumbres. A su regresó a Bogotá, JMS dio el famoso ultimátum: si en noviembre no estaba suscripto el acuerdo, el gobierno se retiraría de las negociaciones y todo volvía atrás.

Un aspecto importantísimo fue la prolija selección –y mutua aceptación- de los integrantes de las respectivas delegaciones, compuestas por políticos, abogados y militares. Los principales, por el lado del gobierno, Humberto de la Calle (vicepresidente de Ernesto Samper y jefe de la delegación oficial), Sergio Jaramillo y Oscar Naranjo; por el lado de las FARC, Iván Márquez y Henry Castellanos.

Jurisdicción especial de paz[7]

Los delitos que acumulan integrantes de ambas partes en más de medio siglo son asalto, daños materiales, extorsión, homicidio, lesiones, narcotráfico, rebelión, reclutamiento forzoso, secuestro, terrorismo, toma de rehenes, torturas y violencia sexual. Tanta afrenta de un lado y de otro no podía quedar sin sanción respetando la consigna verdad y justicia.

La futura paz se asentará en un proceso especial de paz, con la armazón de un sistema integral de justicia, intensamente debatido en Bogotá y La Habana durante más de cuatro meses, cuyos ejes sustanciales son la Comisión de la Verdad, la reparación a las víctimas y la “garantía de no repetición”. Ambas delegaciones habían entendido que su debate no era una pulseada para imponer teorías jurídicas, y debían construir a partir de la experiencia antes que de las diferencias.

De este modo se garantizará que no haya impunidad; la amnistía -prevista en la Constitución colombiana- se habilitará para delitos políticos y conexos, por medio de una ley ad hoc que deberá sancionar el Congreso. También se estableció que esta justicia alcanzará a todos los que hayan cometido crímenes de guerra, sean guerrilleros, militares e incluso civiles. 

Otro principio básico es “a más verdad, menos sanción, y viceversa”; en el primer caso las sanciones pueden variar entre cinco y ocho años; en el segundo, prisión de hasta veinte años.

Un aspecto particularmente sensible -en el cual estuvo involucrada la Casa Blanca- fue garantizar que no habrá extradición a Estados Unidos, decisión cuya implementación debe estar ajena a los avatares políticos colombianos posteriores.

Se dispuso que la jurisdicción se divida en salas con competencia para resolver incidentes, apelaciones y revisiones, más un tribunal como “instancia de cierre jurídico”.

Ya estando JMS y Timochenko en La Habana, la suscripción del acuerdo no tenía plazo y la delegación gubernamental exigió que se impusiera uno, pues a esa fecha debe coincidir además con el inicio del desarme.

Con este acuerdo se pretende sentar en la mesa de negociaciones al Ejército de Liberación Nacional, que no podrá autoexcluirse ni ser excluido. Es una tarea pendiente acordar con él algo similar.

A modo de conclusión

Lo acordado es un avance sustancial, pero que no garantiza que su implementación sea rápida y eficaz. A partir del 24 de septiembre hay seis meses para firmar el fin del conflicto y de allí dos meses más para comenzar el desarme.

F. de Klerk decía con razón –a propósito de los acuerdos de Sudáfrica- que a veces es más difícil convencer a los propios que al bando contrario. Los principales medios de comunicación colombianos han recibido con entusiasmo la noticia y lo que ellos publican no deja de haber preocupación por la reacción de la gente y el mal uso que pueda hacer la política de este logro. Así están las cosas, hoy Uribe es una piedra en los zapatos de Santos, aunque hay dudas razonables que el ex presidente aprovecha políticamente pero igual reflejan cierta inquietud popular (sobre el efectivo cumplimiento de las penas o el pago de indemnizaciones, por ejemplo)[8].

Sin embargo, más del 70% de los colombiano ansían se concrete una paz definitiva. No ayuda a este trabajoso proceso que, aparte de la fractura social existente, se incremente el escepticismo y el resentimiento de la ciudadanía.

¿Inexorable? La paz en Colombia sigue pendiendo de un hilo. El realismo mágico, en la tierra donde se inventó, constituye una dimensión infaltable a la hora de los cálculos políticos. 



[1] Puede ser de utilidad repasar “Colombia: el reencuentro de la historia”. Claves nº 85 – nov. 1999. Aquella reunión se realizó a fines de septiembre de ese año en el ex Café Dalí de calle Caseros, pleno centro de Salta.
[2] En enero de 2008, Hugo Chávez pidió a la comunidad internacional tal reconocimiento, que Venezuela nunca concretó; en abril de ese año el comandante fue propuesto por la destituida senadora Piedad Córdoba para actuar como mediador en un canje de prisioneros, con aval de N. Sarkozy.
[3] Las AUC celebraron con el gobierno de Uribe un acuerdo de desmovilización a mediados de 2003. 
[4] Con picos de tensión, el ELN y las FARC operan territorialmente desde 1964, el M 19 desde 1970 y el EPL desde 1967; se suman cuatro fracciones desprendidas de aquellas. Los paramilitares, cuyo origen se vincula con sectores reaccionarios de las fuerzas armadas, se nuclearon en las AUC, la más conocida e importante, y en Muerte a Secuestradores (MAS), el Escuadrón de la Muerte, Prolimpieza del Valle del Magdalena, Movimiento Anticomunista Colombiano, Escuadrón Machete, Comandos Verdes, et alii, cuya desmovilización degeneró en las Bacrim (“bandas criminales”, como los Águilas Negras, Los Rastrojos, los Urabeños, otro dolor de cabeza para el Estado colombiano), dadas de lleno al narcotráfico.
[5] Él y Bill Clinton fueron autores del Plan Colombia, a la postre un escollo para la negociación bilateral.
[6] La UP fue creada en el marco del primer intento de paz de las FARC y el Estado, durante el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986).
[7] Para este apartado hemos tenido como referencia el dossier publicado en la revista Semana nº 1743 (27/09-04/10) con el título “Haciendo historia. Qué significa para Colombia el acuerdo firmado entre el presidente y el jefe de las Farc”, que se edita en Bogotá; www.semana.com
[8] El ex presidente (2002/2010) y actual senador, de quien Santos fue ministro de defensa entre 2006 y 2009, estando operativo el Plan Colombia. Uribe, líder del Centro Democrático, ha señalado 68 “objeciones” al plan de paz de JMS, hoy un adversario irreconciliable. 

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