Revista Claves, número especial, marzo de 2017
Inevitables referencias personales en esta nota para el número especial de Claves, sin Pedro González entre nosotros. Sirva pues de sentido homenaje y agradecimiento al inolvidable fundador-editor-director (corrector-cobrador-telefonista) de la Revista.
Nunca pensé radicarme en Buenos Aires. Mi objetivo era Salta, donde además me esperaba la mujer con quien comparto vida, hijos y cinco nietas. Llegado a Salta con título de abogado horneado en una UBA muy complicada, tuve suerte al ofrecer mis artículos sobre política internacional.
El Tribuno fue el primero en abrirme sus páginas. Más allá de su presunta calidad, tenía claro -y eso me justificaba- que en nuestra ciudad, de tan vallistos, no había mayor práctica de prestar atención al mundo. Con el tiempo, la perseverancia me permitió incorporarlo en los cálculos domésticos, convencido de cómo la política internacional condiciona el diseño de la interna.
Después fue El Intransigente dirigido por Miguel Á. Martínez Saravia, generoso conmigo pese a las diferencias políticas. Cerrado el diario de tanta significancia en mi historia familiar, llegó la hora de los semanarios. Escribí sucesivamente en El Independiente y luego en Propuesta, hasta que llegó la invitación de Eco del Norte. Cuando dejé de hacerlo allí, empezaron mis primeras colaboraciones en Claves, presintiendo que sería mi lugar en el mundo. La muerte de Pedro me dejó boyando hasta el rescate de El Tribuno, donde sigo publicando notas de opinión.
Contribuyó a mejorar la calidad de mis escritos la docencia en la cátedra de derecho internacional público en la Universidad Católica de Salta, a la que ingresé en 1976. Conocer el funcionamiento del derecho internacional agregó valor a mis análisis, supongo.
Pues bien, conocía la revista y valoraba su contenido, pero nunca supe cuánto duraría esa corresponsalía. Sabía bien quién era Pedro González y él sabía quién era yo, qué pensaba y dónde me ubicaba en el espectro político. Se me antojaba peronista de la vieja guardia (definición que no dice mucho o quizás lo diga todo), con quien –al fin y al cabo- no era complicado entenderse. Con todo, habían diferencias ilevantables que mantuvimos congeladas para siempre y sin mellar nada. [Curiosamente no estaba entre ellas mi fe católica, que Pedro respetaba hasta con curiosidad, diría].
Los cafés grupales consumidos en el viejo bar de a pie de Sarmiento y Belgrano, sentaron una base de entendimiento suficiente para superar prevenciones generacionales y orígenes y fundamentos doctrinarios distintos. Al fin y al cabo Pedro estaba consciente de que la orden de votar por Frondizi en las elecciones de 1958, tenía explicaciones válidas. Varias veces le dimos vueltas al asunto.
Pese a la diferencia generacional y de historias personales, nos hicimos finalmente amigos. Fue una amistad intelectual basada en un disenso táctico que con el tiempo pasó a las coincidencias estratégicas, que son las que interesan. En ese marco, la Revista se constituyó en un espacio de ideas amplio y tolerante, reflejando una encomiable diversidad de ópticas sobre temas reveladores del nivel de la conciencia social.
A partir de mi “instalación” como columnista de internacionales, tuvimos la común preocupación de observar con atención el bosque para resguardar nuestro árbol. Santiago Rebollero y todos los colaboradores de Claves, cada cual a su modo, generábamos opinión mensual con el afán íntimo de que el ejercicio de todo poder en Salta tuviese mejores bases y argumentos en los sucesivos aspirantes. [Pedro querido, en verdad no sé cuál habrá sido tu impresión postrera; la mía es que no lo conseguimos, a estar por lo que se ve… Y perdón por tanta franqueza].
Desde que salió mi primer artículo en el nº 23 de octubre de 1993, con pretensión de explicar la cuestión palestina nada menos, titulado “El difícil camino de la paz”, hasta el último del nº 245 en noviembre de 2015 -“Colombia: ¿ha estallado la paz?”- poco antes de la internación de Pedro, pasó de todo mientras giraba el mundo. [Empecé y terminé –lo advierto ahora- invocando la ordinata concordia agustiniana].
Jamás tuve impedimento para explayar ideas, jamás hubo el menor condicionamiento a lo que escribí y cómo lo escribí, pero hacíamos una necesaria evaluación de los temas convocantes. Esas charlas frecuentes y sin preparación previa, que ocurrían en las oficinas trashumantes de la Revista, me ayudaron a conocer la vastísima cultura de un político de raza que leyó de todo, acicateado también –no cabe duda- por la potencia académica de Yolanda. [Me asombraba su conocimiento de literatura y en particular de la poesía. Ambos lamentamos al unísono la repentina muerte de su amigo Joaquín Gianuzzi].
Nunca nos tomábamos exámenes, más bien nos poníamos a prueba. Presiento que con los años cambió su mirada respecto del desarrollismo, de Frondizi y de Frigerio. Aunque, en verdad, supongo que su relación con Enrique Alonso le habría brindado antes material suficiente para separar la paja del trigo. Lo demás era simplemente hacerme renegar: ni él se haría del MID ni yo del PJ, él reconocía la necesidad imperiosa de construir el desarrollo nacional y yo coincidía con la imperiosa necesidad de una justicia social verdadera. Por su intensa vida y su lucidez, salí beneficiado de ese intercambio.
Y aquella aproximación rindió frutos. Lo advertí cuando en cierta ocasión le planteé que debíamos traspasar la política internacional. “Y sobre qué pensás escribir”, me preguntó; -“De geopolítica y geoestrategia”, fue mi respuesta. Coincidencia total y espontánea: -“Hay que volver a pensar en esos términos”, repetía el viejo. Y así ocurrió desde que en el nº 176 de diciembre de 2008 salió “Un proyecto estratégico para Salta”, matizando con algún tema internacional importante.
A partir de allí aumentaron las coincidencias; nos entendíamos mejor, buscábamos lo mismo y –muy importante- identificábamos los mismos obstáculos y las mismas trampas. Tal vez hayan contribuido nuestra valoración del pensamiento de Juan Enrique Guglialmelli y de Alberto Methol Ferré, por citar dos de semejante calibre.
Fue milagroso que la Revista persistiera un cuarto de siglo. Pedro dependía de los suscriptores, muchos renuentes y de difícil cobro siendo que pudiendo. Ni qué decir de los sofocones cuando se trataba de cobrar avisos oficiales. Llegaba el fin de año y sobrevolaba siempre el fantasma de la continuidad. Y contra viento y marea, Claves volvía al vasto mar de las ideas.
Como se trata de letra escrita y volcada en papel, Claves navega para siempre y nunca será un barco atascado en sargazos. Capitán y tripulación, cada cual con su mirada y cargas emotivas, siempre ansiamos un destino de concordia y dignidad para los argentinos, bregando para que nuestro pueblo no se transforme en “invisible multitud animando cada noche un juicio final”.
1 comentario:
Leyendo sobre la geopol{itica y sobre Methol Ferré, creo que hoy el profesor de la Esc. Sup. de Guerra Marcelo Gullo, discípulo de Methol, puede ser uno de los autores a tener en cuenta para repensar el desarrollismo hoy: www.marcelogullo.com
Saludos.
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