3 de septiembre de 2014

Tenemos que hacer la síntesis antes de 2016

Nota publicada en El Tribuno de Salta el día 03-09-2014
 
Argentina reencontrará su destino de grandeza cuando sintetice tres momentos centrales de su historia del siglo pasado, aportados por el radicalismo, el justicialismo y el desarrollismo, antes de que finalicen los Bicentenarios. Para ello se necesitan dirigentes de superior clarividencia.

En 1983, el Preámbulo de la Constitución Nacional fue la más astuta consigna de campaña. Obvio: tras una época a puro plomo, siniestra, la mayoría salíamos del fuego cruzado entre salvadores de la patria y las "vanguardias" que, escudadas en la recuperación de la democracia, disimulaban una patria socialista construible también a sangre y fuego, si fuera menester.

El clamor popular por el retorno a las prácticas democráticas era comprensible. De allí en más votos no botas, para elegir y ser elegidos cada cuatro años. Pero en ese trajín rutinario, los partidos políticos perdieron consistencia, desapareciendo como intermediarios de la sociedad y transformados en maquinarias electoralistas, disputando el poder formal como a un botín de guerra.

Treinta años después, derrumbándose la actual percepción setentista de la realidad, la gente -alejada de alambiques ideológicos- continúa peregrinando por el desierto procurándose salud, trabajo, seguridad, desconfiada de la dirigencia, toda dirigencia, no solo la política que de hecho es más visible por sus mayores responsabilidades.

Como en 1983, las cúpulas políticas opositoras, preparándose para los compromisos electorales de 2015, le están sumando al reclamo de más democracia (en línea con aquello de que con ella se come, se cura y educa), un no menos comprensible fervor republicano. Enhorabuena, pero insuficiente.

La década kirchenrista desperdiciada -antes que ganada o perdida- ha demostrado patéticamente que Democracia sin República es una cáscara, el cepo del clientelismo. De todos modos se trata apenas de uno de los términos del "problema" argentino. Hay otros dos que no causan similar desvelo. Hagamos un breve repaso.

La adhesión demócrata-republicana transitó un camino plagado de dificultades, presiones y pasiones; fue expresada en el momento oportuno por el radicalismo, interpretando bien las apetencias de las ascendentes clases medias urbanas. Y ellas vieron que eso era bueno; así pasó el primer día de la Argentina del siglo XX.

Entre las dos guerras europeas sucedieron una crisis económico - financiera de magnitud y la exacerbación de ismos totalitarios. Al final de la Segunda se preparó un orden y un esquema de poder basados en la Carta de Naciones Unidas y en la bipolaridad nuclear. Ese mundo que se reacomodaba sacudió, en aquel paradigmático año 1945, los moldes de una Argentina cuyos sectores obreros estaban sumidos en la desigualdad y el desamparo. Las diferencias socioeconómicas inocultables estaban creando un fermento de resultados impredecibles. El naciente justicialismo, afirmado en valores socialcristianos, sirvió de contención y a la vez de cauce para las demandas de la clase trabajadora. Y esta vio que eso era bueno; así pasó el segundo día de la Argentina del siglo XX.

La instauración de la justicia social duró diez años y ya no habría marcha atrás. Pero en ese lapso faltó un componente, cuya necesidad no fue interpretada en su real dimensión. Establecer prioridades en función del interés nacional, afrontar el deterioro de la relación de intercambio, construir industrias de base, sustituir importaciones, autoabastacernos de hidrocarburos, inversiones extranjeras para la actividad productiva, fue la propuesta del desarrollismo, en el momento justo en que debía plantearse. A diferencia del Brasil de Juscelino y del México de López Mateos, la Argentina de Frondizi no pudo concretarlo. Esa etapa decisiva, todavía salteada e ignorada por el progresismo biempensante (atado a la agenda socialdemócrata europea y sin beneficio de inventario), sigue ausente en los reiterativos discursos políticos. Sus beneficiarios obreros, las clases medias y la burguesía no vieron entonces que eso era bueno; así pasó el tercer día de la Argentina del siglo XX.

Bien analizado, durante 100 años ningún gobierno manejó y emparejó los tres términos; siempre prevaleció uno sobre otro, pero nunca estuvieron juntos y equilibradamente, como en tantos países se pudo concretar.

Pero, ¿cómo construir la síntesis teniendo presente que ni la forma democrático-republicana ni la justicia social ni el desarrollo económico de sus inspiradores pueden ser lo mismo que en 1916, 1945 y 1958? Vivimos una era globalizada de cambios casi cósmicos. El mundo avanza sin prisa y sin pausa hacia un contexto de multipolaridad, que no será fácil construir y administrar. Países como el nuestro, de gran superficie terrestre y marítima y con ingentes recursos naturales, han de tener un papel preponderante en los asuntos mundiales.

Las mismas preguntas de siempre requieren otras respuestas. Pensar en propuestas para cada término implica un plan de gobierno para corto, mediano y sobre todo largo plazos. Pero hay cuestiones urgentes: 1ª replanteo del federalismo de concertación (que incluya Aduana y coparticipación, entre tantos temas); 2ª rescate y revalorización de la ética y controles públicos; 3ª reconstrucción de la legitimidad política y social; 4ª lucha frontal contra el hambre y la miseria; 5ª educación de calidad en todos los niveles; 6ª elaboración de una política poblacional para mediano y largo plazos; 7ª integración física y cultural de la Nación; 8ª industrialización de materias primas allí donde se extraigan o cosechen; 9º inversión sustancial en ciencia y tecnología; 10ª integración política suramericana. Estas consignas a su vez disparan decenas de objetivos de fondo.

Aquel proceso de tres etapas coincidió con el dramático siglo corto de Hobsbawm y el siglo corto argentino, que va de 1930 a 1982. Hoy, en este tiempo revulsivo en que cabe sustituir el modelo por un proyecto (algo cualitativamente distinto), nos duele decir que la Argentina no encontrará la paz y grandeza que se merece hasta tanto diez justos, para sacarla del marasmo, concreten la síntesis histórica de esos grandes momentos de la Historia Argentina en la pasada centuria. Estamos desperdiciando el tiempo de los Bicentenarios.

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