Escribe Gustavo E. Barbarán
Profesor emérito de la UCaSal
Diario El Tribuno - 7 de noviembre 2021.
En
los monitores de la economía planetaria se encendieron luces de alarma. Los
encargados de controlar sienten próxima la erupción de un volcán muy diferente.
Al inesperado aumento del precio de hidrocarburos y su impacto en los costos
del transporte marítimo más la caída de producción de materias primas y un
desabastecimiento generalizado, se suman la inquietante inflación del 5,5%
anual y un desempleo que no baja.
En
el escenario pospandémico, los daños directos y colaterales pondrán en riesgo
la vacilante recuperación atada a la locomotora china, que va saliendo del
sofocón ocasionado por la inmobiliaria Evergrande (¿otra vez la misma
historia?).
Muchos
analistas consideran que el mundo nunca superó la crisis financiera de 2008,
cuyas causas y efectos tampoco nunca una explicación transparente. El desfalco
de B. Madoff y la estrepitosa caída de Lehman Brothers la preanunciaron; no
fueron los únicos casos: quién recuerda las quiebras de WorldCom, Enron Corp.,
la francesa Vivendi Universal, Parmalat en Italia, las hipotecas españolas,
expresiones de un capitalismo incontrolable. Los gobiernos involucrados habían
prometido en adelante controles rigurosos a un sistema financiero con
demasiados laberintos en citys bancarias y paraísos fiscales.
Amartya Sen denunciaba entonces los lados oscuros de la
globalización económica ante “la doble presencia de una pobreza miserable y una
prosperidad sin precedentes”. El Nobel de Economía
bengalí señalaba que las desigualdades eran producto de la disparidad de
riquezas, pero también de graves asimetrías de poder político, social y
económico; y militar, agreguemos.
De
hecho, la globalización en la picota ha producido grandes beneficios a la
Humanidad;, no es un fenómeno desconocido, ni sólo occidental, ni malo per se.
Por
suerte, después de las tormentas el sol vuelve a brillar, pero adviértase que
estamos viendo la punta del iceberg. ¿Cómo esquivar las ¾ partes ocultas bajo
el mar para evitar un cataclismo político, económico y social?
El Consenso de Washington
Ante
la evidencia de que no iba a durar tanto la unipolaridad norteamericana luego
de la Guerra del Golfo Pérsico, a inicios de 1991, y del ataque a las Torres
Gemelas una década después, se repensó el esquema de seguridad internacional
por un lado; por otro, examinar los basamentos económicos asentados en el
Consenso de Washington (CW) y sus resultados.
La
caída del Muro de Berlín, la implosión de la URSS y el conflicto del Golfo,
fueron sucesos conmocionantes ocurridos en apenas un bienio. El “fin de la
historia” impuso la visión globalista norteamericana asentada en tres pilares,
democracia, libertad de mercados y derechos humanos, consignas que permitían
diferenciar aliados de adversarios, una suerte de salvoconducto para gozar de
los beneficios de un nuevo orden que EE.UU estaba decidido a liderar. El CW
apuntó a una aplicación global de las políticas de los gobiernos de Thatcher y
Reagan, basadas en la reducción de la presencia estatal en las economías por
dos vías elementales: no interferir en la libre circulación de los capitales y
disminuir la carga impositiva. Revolución
conservadora, la llamó Guy Sorman.
Ese “consenso”,
hilando fino, se correspondía con las bases ideológicas del sistema jurídico,
político y económico negociado entre los vencedores de Hitler mediante los
Acuerdos de Bretton Woods de julio de 1944 y la Carta de Naciones Unidas (abr.
1945). Tal sistema resulta insuficiente para las necesidades del mundo en este
siglo oceánico y espacial. Será muy difícil una recuperación mundial incluyente
si no se revisan a fondo y cambian reglas de juego con más de 70 años de uso y
abuso.
Tras la
unificación alemana, John Willamson –el inspirador- movilizó al establishment
norteamericano en 1990 para compilar un conjunto de medidas que consolidara el
capitalismo triunfante. El “consenso” logrado en la capital norteamericana
involucró a personajes del staff político y económico de organismos
multilaterales (FMI, BM, OMC), del Congreso de los Estados Unidos, la Reserva
Federal y expertos de la burocracia de Washington.
Conviene recordar
algunas de las coincidencias, que
siguen dando vueltas y generando controversias: disciplina y reforma fiscal;
tasas de interés positivas determinadas por el mercado; tipos de cambio
competitivos; liberalización comercial; apertura a inversiones extranjeras
directas; privatización de empresas estatales; desregulación económica. Tales medidas tampoco eran intrínsecamente perversas, tratándose de
instrumentos que cualquier gobierno sensato considera según las coyunturas y en
función de sus intereses nacionales. La prevención, proviene, en todo caso, de
la escasa apertura de juego para debatirlas y por supuesto acordarlas.
El fracaso
posterior de tales medidas fue analizado del derecho y del revés por el
establishment mismo, debido a las perjudiciales consecuencias sociales
sobrevinientes a la aplicación en países emergentes de ese recetario por el
FMI, avalado de hecho por el G7. Resultado: devaluación del peso mexicano en
1994; la crisis financiera asiática de 1997 (que empezó con la devaluación de
Tailandia y después las de Malasia, Indonesia y Filipinas); la rusa de 1998 y
de Brasil en ese mismo año; la hecatombe argentina de 2001. Las economías en vías de desarrollo
quedaron enmarañadas en la especulación financiera, dependiendo de capitales
volátiles ajenos a requerimientos productivos, mientras crecían al infinito sus
deudas públicas. Eso no exime de responsabilidad a las dirigencias nacionales
por su imprevisión, falta de idoneidad y corrupción.
Los
“disensos” de Washington
Por aquellos años, el economista Josep M. Serrano SJ apuntó
su análisis a tres direcciones: 1 - reorientar el gasto público hacia lo social; 2 - encarar
“tres grupos de problemas teóricos”: a) imprecisiones respecto de “consenso” y
“Washington”, e imparcialidad de sus reglas, b) qué hacer ante la falta de
consenso, c) analizar por qué los países que aplicaron el paquete completo del
FMI no crecieron a mediano plazo; 3) establecer criterios razonables de
implementación, considerando por separado los distintos casos. Esta percepción
se fue reproduciendo en ámbitos políticos y académicos críticos.
En esa misma línea, la Fundación Carnegie
había elaborado un informe (sept. 2000) titulado “Políticas económicas para la
equidad social en América Latina”, y proponía estas medidas alternativas
paliativas: disciplina fiscal basada en normas y procedimientos claros;
atemperar las variaciones del mercado financiero; implementar redes de
protección social; acceso a la educación de los sectores postergados; aumento
de la carga tributaria a los sectores de mayores ingresos; reforzar derechos
laborales; eliminar obstáculos a la pequeña y mediana empresa; competitividad
de los mercados rurales y reforma agraria efectiva; protección de los
consumidores. Tantas propuestas y advertencias terminarían ingresando a la
nueva agenda económica internacional.
En septiembre de 2004 se realizó el Fórum
de Barcelona, desde una infaltable perspectiva de izquierda, que propuso una
“Agenda del Desarrollo” de la que nadie se acuerda, siendo Rodrigo Rato
director gerente del Fondo. Abunda
bibliografía respecto de los varios “disensos” de Washington, disponible en
Internet.
La primera cumbre del G 20 poscrisis financiera,
celebrada en Washington (nov. 2008), fue un fracaso. “Le laissez faire cést fini”, reprendió Sarkozy en la ocasión y sin
ponerse colorado. En la siguiente cita (Londres, abr. 2009), el ex premier
británico Gordon Brown decretó la muerte del CW y, por aquello de “muerto el
rey…” anunció su remplazo por un “Consenso de Londres”, que duró tanto como su
mandato: “La época del
Consenso de Washington ha terminado -dijo entusiasmado- y crearemos un Nuevo Orden Mundial con cooperación
internacional”. Otra vez, ¿quiénes y cómo?
Signo de época, en esa ocasión los “acuerdos” habían
apuntado al control de los fondos de riesgo (hedge funds), de los paraísos fiscales, de las calificadoras de
riesgo y honorarios de banqueros; conclusión de la Ronda de Doha y freno al
proteccionismo; triplicar los recursos del FMI hasta u$ 750.000 millones.
Realista, pero insuficiente para superar crisis y desigualdades. La única
verdad es la realidad: el 85 % de la riqueza mundial se concentraba en el 10%
más rico y el 50% de los más pobres solo participaba del 1% del PBM. Estos
porcentajes se mantienen con escasas variaciones y por eso exigen respuestas
cualitativamente distintas.
Para no extender demasiado este trabajo, cabría
destacar la Declaración de Pittsburgh (sept. 2009), en el marco de la décima
cumbre del G20 (disponible en https://www.ituc-csi.org/IMG/
pdf/No_59_-_La_economia_mundial_en_crisis_AnexoII.pdf), un análisis de
situación con mucho de diagnóstico anticipatorio y propuestas concretas,
tendientes a reformar el mandato, la misión y la gobernanza del FMI y de bancos
de desarrollo. Como se aprecia, primaba de nuevo la cuestión financiera, a la vez
que convocaba a todas las naciones a encarar la problemática energética y del
cambio climático.
Ahora Cornualles: ¿salto cualitativo o vuelta de
tuerca?
A fines del corto
siglo XX, el Grupo de los Siete (G8, mientras se pudo contener a Rusia)
advirtió que los complicados sucesos de aquellos años lo desbordaban. Así, en
ejercicio de realpolitik, nació en 1999 del Grupo de los 20, un foro de veinte
países industrializados y emergentes que representan el 85% del PBM y el 65% de
la población mundial. Esta es desde entonces la mesa grande, que -a más de
Argentina, Brasil y México- incluye también a China, Corea del Sur, India,
Sudáfrica y Turquía. Pero la mesa chica -el G7- sigue en los mandos más allá de
la retórica anodina usual al concluir sus cumbres.
Esos países -más
Corea del Sur, India, Sudáfrica y la UE, como invitados especiales- se
reunieron a mediados de junio pasado en Carbis Bay, pintoresco pueblo costero
del condado de Cornualles. El motivo de esta cita se centraba en tres temas
centrales: el envío de mil millones de vacunas al sistema COVAX; un acuerdo
marco para impedir futuras pandemias; aporte de 100.00 millones dólares hasta
el año 2025 para reducir emisiones de carbono en países emergentes.
Al finalizar la
cumbre, se conoció un memorándum fechado el 13 de junio, cuya bajada de línea
impulsa la “reinvención” de la economía mundial pos pandemia. ¿Cómo?: dejando
atrás el paradigma del CW, corregir las desigualdades y aplicar impuestos a las
grandes corporaciones (y que las más grandes tributen allí donde venden sus
productos), entre otras medidas ¿novedosas? que luego quedan en su anuncio. El
presidente Biden impulsa estos cambios, que alagarían a Tancredi, el joven
sobrino del príncipe Fabrizio Salina, cuando en verdad se trata de marcarle la cancha
a China, sobre todo.
La reconocida -y
promovida- economista ítaloamericana Mariana Mazzucato, autora de El Estado
emprendedor. Mitos del sector público frente al privado (2013), en el cual
procuró constatar que el Estado está mucho más presente que el sector privado
en sectores de alto riesgo (tecnologías limpias, biotecnolgía, farmacia). Ella
representó a Italia en el Panel de Resiliencia Económica del G7 que elaboró un
informe que promueve una relación “radicalmente diferente entre los sectores públicos y privado para crear una economía sostenible,
equitativa y resiliente... Abogamos por una
reorientación radical en nuestra forma de pensar sobre el desarrollo económico,
pasando de medir el crecimiento en términos de PIB, VAB (valor agregado bruto) o
rendimientos financieros a evaluar el éxito sobre la base de si logramos
objetivos comunes ambiciosos”. Y así viene la mano.
Los ministros de
finanzas del G7 ya habían aprobado un 15% de impuesto mínimo universal a las
grandes empresas y sus propietarios, que en Argentina aportarían como
monotributistas. La propia OCDE se puso en campaña y ya sumó a 136 países en la
lista de los que apoyan esa medida a partir de 2023.
El “Consenso de
Cornualles” será girado al G20, que debe reunirse en Roma los últimos días de
octubre, para hablar de pandemia, cambio climático, desigualdades y fragilidad
económica. Dato no menor: China y Rusia pegarán el faltazo, de modo que salir
de un consenso y entrar a otro sin ellos suena a guasa.
El clima de época
impacta en el manejo y control de los organismos multilaterales, en especial
FMI. Estado de cosas que se expresó en el sofocón de Kristalina Giorgieva, a
quien Janet Yellen, la todopoderosa Secretaria del Tesoro norteamericano, salvó
de su defenestración. Como en la década de los ‘90, arrecian -y duro- las
críticas contra el FMI. Y de paso ligan el Banco Mundial y la OMC. Pero la
cuestión va más allá, según Jayati Ghosh, profesora de la Universidad de
Massachussets Amherst, más allá de la posible inconducta de Georgieva cuando
asesoraba al BM, se trata de las dos visiones cósmicas que siempre han chocado
respecto de para que está el Fondo.
Para Ghosh no es nueva
la crisis de confianza actual hacia las instituciones de Bretton Woods, de
nuevo en jaque, cuyos problemas reales son para ella “el poder desproporcionado
de Estados Unidos, el enfoque profundamente procíclico del FMI y la falta de
voluntad de las economías del G7 para permitir que los organismos
multilaterales aborden los problemas globales”.
La industrialización
ha sido fundamental para reducir la pobreza históricamente. Pero el contexto
mundial y tecnológico actual implica que el crecimiento económico en los países
en desarrollo ahora solo es posible aumentando la productividad en empresas
informales más pequeñas que emplean a la mayor parte de las clases pobres y
medias bajas.
Cuántos “consensos” más han de pasar hasta que se
entienda que el nuevo orden mundial -solidario y responsable- está vinculado al
derrotero del capitalismo, a la eficacia procedimental del multilateralismo,
basculando entre la tendencia globalista del G7 hacia un gobierno mundial y la
coexistencia multipolar que debemos construir.
Ni qué decir del sufrimiento de la economía argentina,
atascada desde hace décadas en dos modelos que operan como caras de una misma
moneda: el populista y el neoliberal, cada cual con su maniquea receta de
redistribución de la riqueza.
En este contexto, argentinos, la visión geopolítica –o su ausencia-
acerca de dónde nos hemos de parar juega un papel decisivo. Y la República
Argentina necesita asumir la suya antes que sea demasiado tarde.
Enlaces de referencia:
-
https://gebarbaran.blogspot.com/2001/11/el-consenso-de-washington-y-las.html.
-https://www.elblogsalmon.com/mercados-financieros/y-londres-dijo-yes-we-can.
-https://www.ituc-csi.org/IMG/pdf/No_59_-_La_economia_mundial_en_crisis_AnexoII.pdf.
-https://www.propublica.org/article/the-secret-irs-files-trove-of-never-before-seen-records-reveal-how-the-wealthiest-avoid-income-tax.
-https://www.france24.com/es/europa/20210613-cumbre-g7-conclusiones-vacunas-covid19-cambio-climatico.
-https://www.project-syndicate.org/commentary/cornwall-consensus-rebuilding-global-governance-by-mariana-mazzucato-2021-10?utm_source=Project+Syndicate+Newsletter&utm_campaign=aab7329410-sunday_newsletter_10_17_2021&utm_medium=email&utm_term=0_73bad5b7d8-aab7329410-107136089&mc_cid=aab7329410&mc_eid=3b158b31ae.
-https://www.project-syndicate.org/commentary/doing-business-scandal-highlights-deep-imf-problems-by-jayati-ghosh-2021-10?utm_source=Project+Syndicate+Newsletter&utm_campaign=8a7d40a0a9-covid_newsletter_10_14_2021&utm_medium=email&utm_term=0_73bad5b7d8-8a7d40a0a9-107136089&mc_cid=8a7d40a0a9&mc_eid=3b158b31ae.